Retazos de Kamakura y Tokio
Cuando miro con cuidado
¡veo florecer la nazuna
junto al seto!
¡veo florecer la nazuna
junto al seto!
Matsuo Bashô (1644-1694)
Este Haiku o poema japonés de tres versos, probablemente describe el corazón de esta exposición. Cuando emprendí el viaje a Tokio y Kamakura intuía lo apasionante que debían ser estas ciudades y el enorme atractivo que iban a tener para mi cámara. Tras las primeras impresiones, el gentío, la enormidad y los neones se convirtieron en el foco inevitable de atención. Pero paulatinamente fueron sustituidos por el sosiego, la meditación y las miradas cómplices de los japoneses.
Pronto, el segundo día, ya no veía el seto, solo la nazuna floreciendo y no importaba no saber cómo se llamaba o qué tradición sustentaba cuanto observaba, porque lo que sí sabía era que poseía un hondo magnetismo para mi cámara y ése era ya el horizonte de mis fotografías.
Matsuo Bashô fue samurai antes de convertirse en poeta. Quizás esto le proporcionó mejores herramientas para conseguir una revolución en el haiku pues hasta él era considerado sólo como una estrofa cómica. Su fórmula mágica consistió en la contemplación activa de todo cuanto le rodeaba, Y como él, muchos de sus compatriotas parecen olvidar que viven en enormes megalópolis y que el estrés y la competitividad deberían llenar cada minuto de sus vidas. No es así. El ritmo es frenético, pero, sorprendentemente, parecen encontrar espacio para sonreír al desconocido, para cuidar su mente y su alma y para mirar a los ojos de quien se cruza con ellos.
En esta exposición sigo con mi espíritu de viejo aventurero sin editar las imágenes. Quizás sea un intento romántico de evitar intermediarios entre el objeto fotografiado y los ojos del espectador.
Ojalá haya sabido extraer algo de la esencia de Kamakura y Tokio para ustedes.
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