Tuve unas horas para recorrer Bangkok y disfruté con sus tuk-tuk, con el cromatismo de sus taxis, con las barcazas que recorren sus canales, mientras el revisor se sujeta por fuera y porta un casco que le protege al pasar rozando los puentes.
Es una megalópolis generosa en imágenes, como los altares al Rey de Tailandia que se encuentran en cualquier lugar, los grafitis que cuelgan de un museo o la petición de donativos para cuidar los gatos callejeros.
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