Parece
que ha pasado un siglo desde que comenzamos a ver pacientes con sospecha de
COVID-19 y tan solo han pasado 2 meses. El nuevo coronavirus, que se había
detectado en diciembre del año pasado en Wuhan y que, aparentemente, había sido
contenido en China, tras casi 3000 muertos oficiales, parecía ser más peligroso
que los coronavirus que se detectaron en el 2002 y el 2013. Había saltado ya a
varios países asiáticos con pocos casos aún y, hasta entonces, no parecía un
peligro real para nuestros pacientes. Pero todo cambió en la 2ª quincena de
febrero, cuando el SARS-CoV2 llegó al norte de Italia y comenzó a extenderse
como una plaga bíblica. Desde España mirábamos las cifras italianas y sabíamos
que era cuestión de días que nos llegara y, desgraciadamente, así fue.
Los
primeros avisos con sospecha de COVID-19 que viví en el SUMMA 112 (El Servicio
de Urgencias Médicas de la Comunidad de Madrid, donde llevo 15 años trabajando)
fueron duros. Teníamos formación previa para colocarnos el Equipo de Protección
Individual (los famosos EPIs), que habíamos recibido durante la crisis del
Ébola, pero no habíamos tenido que utilizarlos con pacientes reales. En un
abrir y cerrar de ojos, el 50%, el 80% y finalmente el 100% de los pacientes
que veíamos eran probables COVID o confirmados. Había que hacer medicina desde
dentro de un equipo que dificultaba todo lo que hacíamos para diagnosticar y
tratar a nuestros pacientes. Auscultar era complicado; canalizar una vía venosa
o poner medicación también lo era. Pero lo más duro para mi era que los
pacientes, la mayoría muy mayores, muchos de ellos con deterioro cognitivo, veían
entrar en sus domicilios a una especie de extraterrestre cuyo rostro apenas podían
ver y casi no nos oían con la doble mascarilla.
El
número de avisos se disparó. Mi unidad hacía aproximadamente 1 ó 2
fallecimientos al mes en condiciones normales. Con la pandemia llegue a tener 6
certificados de defunción en una sola guardia de 17 horas. Y detrás de cada
persona que fallecía había una historia, una familia, una angustia…y ni
siquiera podíamos tener un gesto cálido con los familiares embutidos en los EPIs.
Nuestra
prioridad era intentar hacer la mejor medicina posible frente a la pandemia.
Por eso intentamos tomar todas las medidas preventivas que pudiéramos con el
material del que disponíamos, para no contagiarnos nosotros y poder seguir
ocupándonos de las personas que nos necesitaban. Por esto mismo fue terrible
cuando nos comunicaron que las famosas mascarillas N95 que el Ministerio de
Sanidad nos había distribuido, entre otros, al SUMMA, eran un fraude, solo
funcionaban entre 3 y 5 minutos…eran la herramienta perfecta para que nos
contagiáramos nosotros, nuestras familias y nuestros pacientes. Por fortuna, yo
no llegue a utilizarlas, pero sí cientos de compañeros. Muchos de ellos, a día
de hoy, siguen en cuarentena.
En
esta batalla me siento un privilegiado porque el SUMMA112 ha tenido carencias
puntuales de material, pero las hemos ido solventando. Ha habido trincheras
terribles e infinitamente más duras en los Centros de Salud y sobre todo en los
Hospitales. Tengo compañeras anestesistas que han estado más de 4 semanas
intubando pacientes con COVID protegidas con bolsas de basura, sin haber visto
un EPI. Enfermeras que llevaban 26 días con la misma mascarilla quirúrgica que
lavaban en su casa cada noche. Auxiliares de Residencias de Ancianos que luchaban
con todo lo que tenían para seguir cuidando de sus residentes.
Algunas
noches pensaba que siempre me había parecido España un lugar maravilloso para
vivir, algo en lo que coinciden muchísimos extranjeros, por cierto, pero que
frente a nuestro carácter mediterráneo, por un tiempo limitado, me gustaría
tener algunas características asiáticas que creo que ayudan a contener el
virus: el distanciamiento social, la mascarilla que parece que viene de serie
en muchos países asiáticos…y, sin embargo, me parece que el confinamiento lo estamos
haciendo muy bien, mejor de lo que esperaba. Cierto es que si el 99% lo hacemos
perfecto y un 1% se lo salta… serían 460.000 personas que pueden funcionar como
vectores nuevamente y provocar una 2ª ola de este tsunami que puede ser más
dura que la primera.
Vivo
en Segovia, donde tenemos tasas de incidencia y de mortalidad mayores que las
de Madrid. Desde aquí he seguido las cifras de la Provincia de Zamora, donde mi
familia e infinidad de amigos residen, y me he alegrado, enormemente, al saber
que el desgarro de esta pandemia ha sido menor allí.
Ojalá
que el dolor y el sufrimiento que esta guerra sanitaria nos ha traído vayan
aminorando y nos permita renacer mejores de lo que éramos, más humanos y más
hermanados.
Javier Cuadrado (médico del SUMMA112)
(28 de Abril de 2020)
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